Crítica de “El Gran Hotel Budapest” de Wes Anderson

El panorama era el siguiente: sábado noche, un hueco libre, visita indispensable al cine. ¿La película? No me importaba demasiado, sólo quería ir y empaparme del poder de la catarsis, necesitaba -y necesito- desconectar. Me proponen “El Gran Hotel Budapest“. No hay ninguna negación por mi parte. ¿Wes Anderson? Sí, me gusta. No soy un gran fan suyo ni defiendo todas sus películas a capa y espada. Es más, creo que es un director muy fiel a sí mismo y a su particular universo, pero irregular con sus historias (no con el talento que vierte en ellas). No iba condicionado para bien o para mal: tan solo había visto el tráiler en la televisión y dos o tres noticias sobre el reparto que completan su hotel. ¿Resultado? Dinero bien invertido y distracción asegurada por 99 minutos.

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Crítica de “El Gran Hotel Budapest” de Wes Anderson

El argumento es sencillo. El Gran Budapest es un hotel que reúne a los seres más solitarios del planeta. Aunque es fácil entablar conversación, casi nadie habla con nadie hasta que uno de los huéspedes conoce al dueño del hotel y accede a que éste le cuente detalladamente cómo llegó a hacerse con el Gran Budapest. Si a Wes Anderson le gusta un recurso, lo explotará hasta la extenuación. Para abrir su historia, recurre a la recursividad y lo hace en cuatro grados: en primer lugar tenemos a una chica misteriosa que avanza con el libro “El Gran Hotel Budapest” hasta un busto lleno de condecoraciones, en segundo lugar tenemos al escritor del libro al que conocemos a través de la fotografía de la contraportada, en tercer lugar tenemos al escritor de joven (Jude Law) cuando visita el Gran Budapest y, por último, el relato de Zero, el chico de la portería que luego se convirtió en el dueño del hotel. Esta estructura recursiva no vuelve a darse en la secuencia invertida hasta el final, que se ‘recoge’ a modo de despedida.

Gran+Hotel+Budapest[1]Los protagonistas indiscutibles de esta disparatada aventura son M. Gustave (Ralph Fiennes), el conserje de “El Gran Hotel Budapest”, y Zero (Tony Revolori), el joven botones que se convierte pronto en la mano derecha del señor Gustave. Lo cierto es que tienen ‘química’ en pantalla y la relación que traspasa el ámbito profesional les sienta bastante bien, aunque ninguno de los dos abandona su papel y no pierden las formas. El caso es que Gustave, un personaje mariposón y lleno de florituras, es bueno dando cera a las damas viejas que visitan su hotel. Como es un hombre atractivo, muy servicial y completamente sincero, se gana el favor de esas viejas glorias. Hay una en concreto con la que tiene especial devoción, Madame D. (Tilda Swinton), que muere en extrañas circunstancias. Él la va a visitar con Zero y acude a la lectura de su testamento donde se entera de que la dama le lega un cuadro muy valioso, algo que no le sienta muy bien al principal heredero, Dimitri (Adrien Brody). Pronto la trama gira y se convierte en una historia de persecuciones.

Es una película en la que pasan cosas. No es de acción trepidante, pero los escenarios y las situaciones cambian, así que a menos que te disguste totalmente la estética, no consigas acercarte a los personajes o el nombre de Wes Anderson te repugne, algo vas a disfrutar. Me parece que “El Gran Hotel Budapest” es una de las películas más abiertas y menos complejas del director. Aunque continúa con su saga de personajes estrambóticos, piernas largas que corren recortadas en fondos contrastados y un hablar muy artificioso, la historia en sí no tiene ningún obstáculo que la haga incomprensible. Es muy concreta: mariposón que se interpone en la herencia de un heredero malo y su mejor amigo que le ayuda a salvar la situación y por el camino encuentra el amor. ¿Hola? No te puedes perder en la línea del argumento. No es como “Los Tenenbaums. Una familia de genios” o “La vida acuática con Steve Zissou”, que son un poco más difíciles de tragar -y hasta de disfrutar, pero no entro en eso que no quiero morir sepultado por la furia de los amantes del tejano-. Dicho con otras palabras que me repatean un poco, “El Gran Hotel Budapest” tiene un lado más comercial. Y, aún así, es difícil que el ‘gran’ público elija esta película.

¿Qué más cabe añadir? Aún si no te gusta la película, que puede pasar, siempre tienes la oportunidad de disfrutar de una fotografía excepcional, cariñosa y generosamente cuidada, de unos diálogos inteligentes -y forzados, sí- y de un humor que, si bien no provoca que la sala se convulsione en histéricas carcajadas, te deja un buen sabor de boca casi literal. No es la mejor comedia del año, probablemente ni siquiera la mejor comedia de Wes Anderson (creo que nada podrá superar “Academia Rushmore”), pero merece la pena verla.

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