Cincuenta años de “El Verdugo”, de Luis García Berlanga

Si a un director le debemos cosas en el cine español, ese no es otro que el mítico Luis García Berlanga. En unos tiempos en los que no había espacio para la libertad o las esperanzas, el gran director se empeñaba en rodar lo que su alma y su talento le exigían. Daba igual que no se pudiese. Berlanga sabía lo que quería y estaba dispuesto a disfrazarlo como fuese. Gracias a gente como él, el cine español es hoy lo que es, porque no se nos permitió desarrollar una tradición cinematográfica, pero a Luis García Berlanga nadie le pudo impedir colocar las primeras piedras de lo que hoy es nuestro cine.

 Hablar de Luis García Berlanga es hablar también de los hombres que le acompañaron en esa difícil tarea que era hacer cine “libre” en aquellos tiempos. Entre ellos hay que destacar a Juan Antonio Bardem y al guionista Rafael Azcona. El tándem Luis García Berlanga-Rafael Azcona cosecharía éxito tras éxito. Tras la brillante “Plácido”, la pareja volvía con otro de los filmes más lúcidos de la historia del cine español, “El verdugo”. Un guión sofisticado hasta el extremo en manos de un director que alcanzaba el punto álgido de su carrera darían como resultado otro refinado retrato de la sociedad española del momento.

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En “El verdugo”, Berlanga reabre el debate sobre la validez de la pena de muerte a la vez que trata un tema social mostrándonos a un “José Luis” que se ve obligado a hacer las cosas que él no quiere e incluso detesta (como casarse o ejercer de verdugo), en lo que podría ser una metáfora de una sociedad aletargada – la española durante el franquismo – que tras varias negativas iniciales se ve obligada a la fuerza a convivir en un clima de miedos, silencios y falta de libertades bajo la opresión y el control de la dictadura. Por lo tanto, habla de temas que no favorecen demasiado la imagen del franquismo: la pobreza en comparación con los privilegios de los funcionarios, el “amiguismo”, el asesinato legal o la falta de libertades, son un ejemplo de ello.

 Argumento:

El señor Amadeo, el verdugo de la Audiencia Provincial de Madrid, está a punto de jubilarse. Su hija, Carmen, no encuentra novio porque todos la rechazan al enterarse de la profesión de su padre. José Luis es un empleado de pompas fúnebres que, tras conocer al verdugo, acabará casándose con su hija. Un patronato de vivienda le concede un piso al señor Amadeo donde podrá vivir con su hija y su yerno pero la concesión está condicionada al empleo de ejecutor de la justicia, en la retórica jurídico penal de la época. No queda otra salida sino la de que José Luis herede la profesión de su suegro. El yerno es reticente pero, debido a las presiones, acaba aceptando con la idea de renunciar si se ve obligado a ajusticiar a alguien. Todos se van a vivir al piso pero el día tan temido llega. La familia se traslada a Palma de Mallorca donde se va ejecutar la sentencia con la esperanza de que el indulto llegue. Pero ese indulto no llega.

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Las tramas de Berlanga y Azcona:

En esta película podemos observar un rasgo muy característico de los personajes de Berlanga: el hecho de que su situación suele comenzar mal, y en el transcurso de la historia mejora para, por último, terminar peor de lo que empezó. Podemos ver este rasgo en películas como “Bienvenido Mr. Marshall” o “Calabuch”. Se trata de un recurso genial que refuerza la película aportando más dramatismo a la historia, y logrando los grandes finales que caracterizan su cine. Si a este aspecto le unimos la acidez característica del tándem Berlanga – Azcona, el resultado es una obra como “El verdugo”, una crítica al franquismo desde casa, si bien es cierto que se hace a la manera de este fenomenal director: de forma indirecta, con el humor de fondo, miserabilizando a los personajes, y con la acidez y sagacidad propias de Azcona. El humor que este director imprime es, en palabras de Joan Álvarez “la risa del poder y de las instituciones, de la sociedad y del individuo que lucha, a pesar de los pesares, por salir adelante hasta que la máquina lo aplasta. […] una sabia combinación del humor y la burla de la picaresca, la revista, el sainete, el esperpento y la comedia del pobre”. Viendo esta película se refuerza la idea de que es muy eficaz tratar desde el lado del humor algunos temas serios y reivindicativos, sin que el contenido crítico pierda su gran poder, su fuerza para mover conciencias. Es el caso sin duda de la mayor parte de la filmografía de Luis García Berlanga.

Nos encontramos ante una de las mejores películas del cine español y una joya en cuanto a historia y reparto (destacar a Nino Manfredi, Pepe Isbert y Emma Penella). En cuanto a estética es casi impecable, resaltando la secuencia, llegando al final, de la habitación blanca pensada por el visionario director y que resume muy bien la idea central del filme. Es maravilloso ver como algunos pequeños tesoros consiguieron salir adelante con no pocas dificultades, llegando hasta nuestros días para nuestro disfrute y análisis.

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En el contexto español solo lo buñueliano y, más recientemente, lo almodovariano han alcanzado ese estatus que trasciende lo meramente cinematográfico para incorporarse al lenguaje común. En el contexto internacional podemos hablar también, por ejemplo, de lo felliniano y lo tarantiniano. Como se ve, son cineastas que comparten una visión muy personal (y, en ocasiones, controvertida) de ver el cine y el mundo que los rodea. En todos estos casos, incluido el de Berlanga y lo berlanguiano, estaríamos ante un término aceptado por la sociedad y por la calle. Puede entenderse como “aquella situación resultado de una chapuza característicamente ibérica que pone en funcionamiento un determinado mecanismo formado por agobiantes tentáculos institucionales, sociales o políticos”.

El antagonismo entre individuo y sociedad constituye el tema central de la filmografía del cineasta valenciano. Una filmografía que, con ánimo y espíritu fallero, mezcla el esperpento y el sainete, lo triste y lo grotesco; la crueldad y la compasión, siempre con una mirada subversiva y crítica. Los tópicos del cine sobre la pena de muerte han variado poco desde que se fijaran en “Intolerancia” (Griffith, 1916) girando habitualmente sobre un argumento similar: un asesinato poco clarificado, la detención de un sospechoso (en muchos casos, un inocente), un juicio injusto o incompetente, un fallo judicial dramático, la condena a muerte (a partir de la cual se desarrolla el sufrimiento de familiares y amigos), las luchas para cambiar la pena, y, en algunos casos, las carreras después de la constatación de la inocencia para detener al verdugo. Pero como ya vamos entendiendo, Berlanga no es hombre de tópicos.

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Si Berlanga hubiera tratado directamente de estas cuestiones, seguramente, no hubiese alcanzado el mismo nivel artístico. En todo caso, la cinta, a pesar de no estar circunscrita a elementos de la realidad, no deja de mostrar conexión con la realidad histórica, lo que la convierte en un filme de doble adscripción: por un lado activa la memoria histórica gracias al reflejo social de elementos propios de la dictadura franquista; por otro, resulta una obra atemporal que refleja la utopía de la libertad individual, el gran tema y la principal obsesión berlanguiana. 

 

2 Comments

  1. Antonio Samitier Delgado septiembre 14, 2013
  2. Marta septiembre 15, 2013