La tecnociencia transforma la filosofía

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Capitalbolsa | 17 sep, 2019 17:00
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En una entrevista realizada a Martín Heidegger por la revista “Der Spiegel”, publicada en 1976, el gran filósofo alemán decía:

“La filosofía no podrá́ operar ningún cambio inmediato en el actual estado de cosas del mundo. Esto vale no solo para la filosofía, sino especialmente para todos los esfuerzos y afanes meramente humanos. Sólo un dios puede aún salvarnos.

La única posibilidad de salvación la veo en que preparemos, con el pensamiento y la poesía, una disposición para la aparición del dios o para su ausencia en el ocaso; dicho toscamente, que no «estiremos la pata», sino que, si desaparecemos, que desaparezcamos ante el rostro del dios ausente”. Continuaba:

“El papel que la filosofía ha tenido hasta ahora lo han asumido hoy las ciencias. Para esclarecer suficientemente el «efecto» del pensamiento tendríamos que dilucidar más detenidamente qué significan aquí́ efecto y acción de producir. Sería necesario distinguir cuidadosamente entre ocasión, impulso, fomento, ayuda, impedimento y cooperación. Pero solo lograremos la dimensión adecuada para estas distinciones cuando hayamos dilucidado suficientemente el principio de razón. La filosofía se disuelve en ciencias particulares”.

Concluía

“Pero sí afirmo: el modo de pensar de la metafísica tradicional, que ha acabado con Nietzsche, no ofrece ya posibilidad alguna de experimentar con el pensamiento la era técnica que ahora comienza”.

El pensador más profundo de Alemania enterraba la filosofía tradicional y no hallaba más respuestas para entender nuestro mundo que las respuestas que diesen las ciencias y la técnica. Eso que llamamos Tecnociencia. Ahí está el nuevo dios que puede salvarnos o liquidarnos.

Pues bien, ante el eclipse de toda metafísica, se impone ir describiendo al Homo Sapiens “en su propia naturaleza, descarnadamente, sin esperar nada si el mismo Homo Sapiens, en un autoejercicio desprejuiciado de toda moral tradicional, no se auto-trasforma en algo más armónico y mejor”.

Debemos comenzar pues por Thomas Hobbes.

La moral y la política de Hobbes parten de la base de que no existen espíritus puros, y de que el alma humana no se distingue de la substancia nerviosa y que se identifica con la actividad cerebral (en lo que por cierto acierta de pleno sin tener idea de los complejos mecanismos del funcionamiento cerebral).

Hobbes enseña que las ideas de bien y de mal son puramente relativas, porque no hay más bien ni mal para el humano que el placer y el dolor, lo agradable y lo desagradable. El interés particular es la norma única del bien y del mal para el humano, y es hablar de quimeras hablar de justicia absoluta y de moral absoluta, tanto más, cuanto que el humano obra necesariamente sujeto al determinismo, por más que se hace la ilusión de que obra con libertad.

Y si la libertad no existe en el orden filosófico y moral, claro es que tampoco puede existir en el orden social y político. Luego es el Estado, en tanto que representa el derecho y posee la fuerza necesaria para impedir que los individuos se perjudiquen entre sí, o, digamos, se devoren (homo homini lupus) unos a otros, es el factor de estabilidad, de orden y de justicia (imperfecta, porque perfecta no la hay).

El humano, lejos de ser naturalmente sociable, es esencialmente individualista y egoísta, sin más cuidado que su propio bien o placer. El estado natural del hombre particular es la guerra contra todos los que pueden estorbar sus goces: su derecho absoluto y único para aniquilar y apartar los obstáculos que se oponen a su bien propio y personal.

Razón suficiente

Así es que la razón suficiente y la única de la institución de las sociedades es la necesidad de un poder o fuerza superior que establezca la paz entre los hombres particulares. El poder que gobierna esta sociedad representa la absorción de todos los derechos y de todas las libertades de los asociados, de donde resulta que es ilimitado y absoluto, procediendo de él únicamente el derecho y el deber, lo justo y lo injusto, lo tuyo y lo mío.

Cualesquiera que sean sus mandatos, debe ser obedecido siempre, sin que nadie tenga derecho alguno contra el que tiene el poder, el cual no está obligado a nada para con los súbditos. «Esta guerra de todo hombre contra todo hombre, escribe Hobbes, tiene por consecuencia que nada hay que pueda ser injusto. Las nociones de derecho y torcido, de justicia y de injusticia, no tienen allí lugar alguno... La fuerza y el fraude son las dos virtudes cardinales en este estado de guerra. La justicia y la injusticia no son facultades ni del cuerpo ni del alma.»

El derecho y lo útil son una misma cosa (jus et utile, unum atque idem), según Hobbes. Éste filósofo enseña también que el derecho de propiedad trae su origen, su sanción y su legitimidad, de la ley civil, o, mejor dicho, de la voluntad arbitraria y despótica del supremo gobernante, fuente y origen de todo derecho, de toda justicia y de todo deber. En cambio, éste no está sujeto a las leyes civiles, y ninguno de sus súbditos puede tener derechos contra él.

Inclinación y poder

«El soberano, escribe el autor del Leviathan, debe ser inviolable e inmune, es decir, debe tener inmunidad e impunidad completa en todo cuanto emprende o hace. Es dueño, además, de establecer o señalar la religión que bien le parezca para sus súbditos, que están obligados a obedecerle en esto como en todo lo demás. El bien y el mal, la virtud y el vicio, dependen también del soberano, cuyas leyes civiles contienen y determinan lo que sus súbditos deben tener por derecho y deber, por bueno o malo, por virtud o vicio.» «La ley civil y no la ley natural es la que enseña qué es lo que debe llamarse robo, asesinato, adulterio.»

En suma: Hobbes es un nominalista perfecto y absoluto, y como por otro lado, es un lógico severo, toda su doctrina se resuelve en sensualismo materialista: en psicología, el hombre está constituido por un conjunto de facultades naturales, nutrición, movimiento, sensibilidad, razón, voluntad, las cuales no son más que fases y manifestaciones del organismo. El yo es la resultante del conjunto orgánico, y la conciencia se identifica con la sensación. En materia moral, el placer y el dolor lo son todo: se identifican con el bien y el mal, los cuales dependen también de los temperamentos, climas y opiniones. En política, todo depende y se explica por el interés y la fuerza.

Evidentemente, del filosofar de Hobbes se pueden extraer dos bloques de conclusiones importantes: La inclinación al mal del hombre individualmente considerado y la necesidad de un poder fuerte que le permita vivir en sociedad. De ese poder supremo emanan las leyes reguladoras de las acciones humanas y dentro de él.

Hobbes no podía saber que las nuevas tecnociencias podrían mejorar, que no eliminar, a ese ser malvado sin convertirlo en borrego.

Original Tendencias 21

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