• La situación parece propicia para que se acometa la modernización del país entre todos... pero también plantea riesgos
  • La composición del Gobierno será la primera fotografía clara del talante del Rajoy en esa segunda legislatura
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El encargo del Rey a Rajoy para formar gobierno ha representado esta tarde la puesta en marcha de un proceso meramente formal que desembocará esta misma semana en la segunda y definitiva tentativa de investidura de quien se halla al frente del país, en plenitud y en funciones, desde diciembre de 2011, y lo hará con los apoyos del Partido Popular, de Ciudadanos y de Coalición Canaria, y con la abstención de algunos diputados del PSOE (todavía no se sabe cuántos, pero en cualquier caso suficientes para que sean más los votos positivos que negativos en la segunda votación).

Ahora habrá que comenzar a ensayar lo que nunca se ha hecho en esta ya dilatada etapa democrática: gobernar en franca minoría

La primera aparición pública de Rajoy tras el señalamiento regio ha sido de espontánea sencillez, lo que podría suponer un buen augurio. Rajoy no es un líder potente capaz de enardecer a las masas pero sí un gobernante pragmático capaz de practicar con espontaneidad el arte de lo posible en circunstancias que no serán fáciles, como las que se avecinan. Básicamente, el futuro jefe del ejecutivo ha explicado que saldrán adelante los asuntos en los que se consiga un acuerdo, y en los que no, habrá dos opciones: aparcarlos o retomarlos para intentar de nuevo el acuerdo. Son verdades del barquero que sin embargo resultan reconfortantes en un momento en que habrá que comenzar a ensayar lo que nunca se ha hecho en esta ya dilatada etapa democrática: gobernar en franca minoría, en coalición con otra fuerza y a expensas de lo que decidan los demás grupos parlamentarios.

En esta dilatada etapa de diez meses que al fin ha fructificado en un gobierno, Rajoy ha reconocido paladinamente varias veces la necesidad de revisar algunas leyes de su legislatura anterior, en que gobernó con mayoría absoluta, sin precisar (y sin requerir) entonces apoyos políticos para unos cambios que fueron de gran envergadura. Y ahora, en vísperas de su nueva investidura, ha insistido en la idea: la reforma laboral, la reforma educativa —la LOMCE de Wert—, la ley de seguridad ciudadana… deberán ser revisadas. Ante esta buena disposición, es de suponer que las otras fuerzas que cooperen de un modo u otro con le PP tampoco responderán con sectarismo y se avendrán a modificar lo necesario para centrar las normas, sin el rigor de las derogaciones radicales.

La legislatura puede ser un periodo anodino de sucesivas reformas moderadas que no sea difícil acordar o una gran oportunidad para lograr avances de gran calado

Así las cosas, y conocida la disposición de Rajoy a gobernar cuatro años –ha rechazado la idea de disolver en mayo, como sugería su todavía ministro de Exteriores en funciones, para tratar de reconquistar una mayoría más sustancial-, la legislatura puede ser un periodo anodino de sucesivas reformas moderadas que no sea difícil acordar o una gran oportunidad para lograr avances de gran calado que haya que negociar con esfuerzo: el pacto educativo, la reforma de la financiación autonómica, quién sabe si la reforma constitucional… En otras palabras, la situación parece propicia para que se acometa la modernización del país entre todos… pero también plantea el riesgo de que, ante la dificultad, el proceso político mantenga un perfil bajo, poco conflictivo, de simple supervivencia, en espera de mejores oportunidades.

El calendario de la investidura ya es conocido y Rajoy pronunciará mañana, miércoles, su discurso de investidura, que será votado por primera vez el jueves. El fin de semana podría haber, pues, gobierno, cuya composición será la primera fotografía clara del talante del Rajoy en esa segunda legislatura. Los nuevos ministros tendrán que negociar y que pactar, y habrán por tanto de ser personas abiertas, poco dogmáticas y dispuestas a confraternizar con el adversario. Ello excluye a algunos candidatos y recomienda a otros, pero no tendría sentido intentar prescribir al presidente del Gobierno sus colaboradores. Tan solo ha de quedar claro que de esta primera decisión dependerá en buena medida el tono del arduo proceso de después.

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