• Todas las cartas estaban repartidas, y en efecto los jugadores no parecen haber variado sus envites
  • La exigencia de la ciudadanía en el futuro cercano podría ser que los líderes actuales den paso a otros distintos
Rajoy_Parlamento

En democracia, los fracasos, para que resulten digeribles, han de ser espontáneos e imprevistos, porque se piensa que siempre el sistema tiene recursos para sacarnos de ellos. Pero cuando, por algún defecto funcional o sistémico, se repiten y dejan una estela de ‘déja vu’, generan frustración y melancolía. Esta ha sido la sensación que ha derramado sobre el auditorio (seguramente escaso) el discurso de investidura de Mariano Rajoy, a medio camino entre el posibilismo y la fatalidad.

La propuesta suscitaba escaso interés porque no había novedades que aportar. Rajoy es esencialmente previsible, y los cambios que podían suponerse a la trayectoria de la pasada legislatura habían sido ya establecidos en el pacto del PP con Ciudadanos, que introduce elementos novedosos, modernizadores y de control, a una ejecutoria que se caracterizó por el desempeño rígido de la mayoría absoluta –que históricamente ha sido inflexible y ha generado tensiones en este país- y por la necesidad de afrontar la profunda crisis, que todo lo abarcaba.

Así pues, el mensaje que ha llegado al hemiciclo y a la opinión pública era archiconocido, de modo que la frustración había de dar paso al tedio: esta sesión de investidura está siendo toda ella un calco de sí misma, y por lo tanto prolija y aburrida. El constituyente se equivocó al plantear de este modo la formación de las mayorías, y ahora nos equivocaríamos todos si no sacáramos la conclusión de que hay que arreglar el procedimiento mediante una concreta reforma constitucional.

"Rajoy es esencialmente previsible, y los cambios que podían suponerse a la trayectoria de la pasada legislatura habían sido ya establecidos en el pacto del PP con C's"

Todas las cartas estaban repartidas, y en efecto los jugadores no parecen haber variado sus envites. Durante la primera jornada de la investidura, y mientras Rajoy desgranaba su bien estructurado programa de gobierno (basado en le programa de investidura suscrito con Ciudadanos) que ofrecía numerosos pactos a sus futuros socios, el único movimiento relativamente novedoso (aunque también previsible, por supuesto) que ha sobrevolado la sesión ha sido la presión conjunta de PP y Ciudadanos –que para algo han firmado su pacto- sobre Susana Díaz, la presidenta andaluza, que podría ver enturbiado su mandato, basado en el apoyo de Rivera, si el PSOE no accede a la exigencia de estabilidad que le formula el PP en Madrid. El movimiento es delicado porque identificaría todavía mñas a C’s con el PP (algo letal en Andalucía para Rivera), sin resultado alguno porque, en las actuales circunstancias, Susana Díaz encontraría seguramente arrimo en los diputados de Podemos, felices de poder intervenir en la política andaluza y dispuestos al pacto a pesar de la conocida rivalidad entre Iglesias y la lideresa de su formación, Teresa Rodríguez, procedente de ‘Izquierda Anticapitalista’.

Descontado el fracaso de la investidura, en sus dos votaciones sucesivas, las miradas se vuelven a las elecciones gallegas y vascas. La consulta gallega fortalecerá en cierto modo al PP y la vasca podría suscitar remotamente una aproximación entre PNV y PP, aunque todo está en contra de esta solución: por un lado, el PNV, incluido en Nafarroa Bai, gobierna en Navarra con la colaboración de la izquierda abertzale, de IU y de Podemos, lo sienta un claro precedente, y, por otro lado, la incompatibilidad de Ciudadanos con el PNV es frontal, ya que la formación de Rivera plantea la desaparición del concierto y el cupo.

En cuanto al PSOE, aunque hay algún tímido movimiento a favor de la apertura de un debate sobre la situación, es claro que nadie querrá cargar con la paternidad de la iniciativa de apoyar a Rajoy, pese a los esfuerzos del sistema mediático en esta dirección.

En otras palabras, aunque Rajoy se ha mostrado dispuesto a ensayar una nueva investidura más adelante (antes o después del 25S), el fracaso de la actual presagia claramente unas nuevas elecciones… Que según algunas encuestas –hay que ir con mucho cuidado con la demoscopia en estos tiempos- tampoco arrojarían cambios significativos, por lo que la correlación den fuerzas sería más o menos la actual, e idéntica por tanto la dificultad de formar gobierno.

En etas circunstancias, y puesto que los partidos no se avienen a razones, la exigencia de la ciudadanía en el futuro cercano podría ser que los líderes actuales, que están demostrando su incapacidad, den paso a otros distintos, seleccionados lógicamente por sus propias bases, que intenten lo que los actuales no han sido capaces de conseguir. Esta fórmula puede ser una ensoñación o la única vía para romper la maldición del presente.

Antonio Papell

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