• El abordaje fragmentado del conflicto podría realizarse, evidentemente, a partir de las 46 demandas de Puigdemont al Gobierno
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Mariano Rajoy y Carles Puigdemont. EUROPA PRESS

La divulgación de los contactos directos entre Rajoy y Puigdemont cuando las posiciones del Estado y de la Generalitat se mantienen en teoría inamovibles es en cierto modo la continuación de las sorprendentes declaraciones de Artur Mas el pasado día 16 en la Universidad Autónoma de Madrid en las que el expresident manifestó que el Estado aún podría ofrecer una alternativa a Cataluña. Alternativa a la independencia perseguida por el referéndum, se entiende.

Es manifiesto, en fin, que PDeCAT, la antigua Convergencia, debilitada gravemente por el ‘caso Pujol’ y arrollada por la hegemonía de ERC que se ha hecho dueña de la situación en el sector más nacionalista de Cataluña, está buscando una salida a la evidencia de que en septiembre no tendrá lugar referéndum alguno porque el Estado no lo tolerará… Un drama que para PDeCAT será doble porque, acto seguido, experimentará un gran revolcón en las inevitables autonomías que habrá que celebrar a continuación.

A la mayoría política estatal –a los partidos clásicos en concreto— no le conviene como es obvio que PDeCAT desparezca o se reduzca a una dimensión marginal, ya que el testigo soberanista quedaría entonces en manos de los radicales: ERC y la CUP; de donde se desprende que lo lógico sería que el gobierno estatal le facilitase el aterrizaje de las pretensiones independentistas en un terreno previamente abonado de concesiones aceptables que permitan salvar la cara a los escasos líderes que aún siguen en pie en la vieja organización del catalanismo político (Mas y Puigemont, sobre todo).

Conflictos como el catalán no tienen solución si quienes han de gestionarlos no aplican criterios de racionalidad al análisis

Los conflictos de envergadura, enquistados y complejos, como el catalán, no tienen solución si quienes han de gestionarlos no aplican criterios de racionalidad al análisis y a la ulterior búsqueda de soluciones. En esta línea, Antón Costas ha efectuado una propuesta metodológica que debería ser tenida en cuenta, la división en partes del conflicto, de forma que no todo él se resuma en una disyuntiva dramática cuyo desenlace daría siempre lugar a la existencia de vencedores y vencidos.

La base de partida debe ser la evidencia de que en la pugna descarnada que está teniendo lugar, y en al que han influido un cúmulo de factores (la influencia perturbadora de la segunda legislatura de Aznar, la dudosa coherencia del tripartito, la aventura estatutaria con su referéndum y la ulterior desautorización por el Constitucional, la corrupción estructural encabezada por la familia Pujol, etc.), la solución no puede ser ni la independencia ni el mantenimiento del actual statu quo. La independencia no sólo carece de suficiente masa crítica sino que genera divisiones insoportables en una sociedad en que el grupo identitario mayoritario, y con diferencia, es el de las personas que se sienten tan españolas como catalanas. Y el actual statu quo está siendo percibido por una mayoría muy significativa como causante de un trato injusto, de una postergación insoportable, de una merma gravísima del autogobierno autonómico con relación a las expectativas creadas por la propia norma constitucional.

Explica Costas en un artículo en la prensa catalana que lo que habría que hacer sería “transformar la naturaleza del actual conflicto. Hasta ahora está planteado como un ‘conflicto no es divisible’, de tipo de ‘o esto o lo otro’. Este planteamiento solo puede tener un ganador. No da margen a la negociación. Se trataría de transformarlo en un ‘conflicto divisible’, del tipo de ‘más o menos’. En este tipo de conflictos todos ceden algo y todos ganan algo”. Recuerda Costas que este método de resolución de conflictos ha sido desarrollado pro Albert O. Hirschman, del Instituto de Estudios Avanzados de Princeton. Puestos a ver la situación con optimismo, es pertinente recordar que Hirschman sostiene además que la integración social en democracia se logra no suprimiendo el conflicto sino experimentándolo, pues los lazos comunitarios se refuerzan cuando las personas, luego de confrontarse, terminan construyendo un orden cohesivo, al constatar que el conflicto puede ser regulado, sin tener que traducirse en guerras o violencias. Ese “milagro democrático” permite que el conflicto, que podría ser un elemento de desagregación comunitaria, se convierta en el engrudo social de las democracias.

El abordaje fragmentado del conflicto podría realizarse, evidentemente, a partir de las 46 demandas de Puigdemont al Gobierno

El abordaje fragmentado del conflicto podría realizarse, evidentemente, a partir de las 46 demandas de Puigdemont al Gobierno, muchas de las cuales –como el celebérrimo y siempre postergado corredor mediterráneo- son plenamente actuales y permiten la apertura de un amplio marco de cooperación. Es evidente que el problema de fondo, que es estructural y que se vincula con el emplazamiento constitucional de Cataluña, no se resolverá por la simple acumulación de soluciones a pequeños diferendos, pero también lo es que el establecimiento de una predisposición negociadora y que el efecto lenitivo y estimulante de los sucesivos acuerdos puede terminar impulsando algunas de las medidas de gran calado que, a la postre, deberán ser la coronación de este proceso. Dicho más abiertamente, es claro que si mejora el clima entre Cataluña y el Estado podrán plantearse cuestiones, como la plena autonomía del Principado en políticas culturales y educativas, que hoy, con su solo enunciado, suscitan recelos y agravios comparativos.

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