• Cataluña pretende un acuerdo monetario similar, pero mejorado, al de Andorra
  • Barcelona siempre tendría el recurso de usar el euro de manera unilateral, como Kosovo
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Imagen de la Diada celebrada en 2017

"La moneda será el euro". Exponiendo la posición oficial del Govern catalán, el presidente de ERC y vicepresidente de la Generalitat, Oriol Junqueras, defendió en 'LaSexta' que la 'moneda única' seguirá siendo la divisa que se utilizaría en una Cataluña independiente. Y no es imposible que lo sea... aunque solo un improbable acuerdo monetario con Europa evitará el riesgo de que esa decisión provoque una espiral de escasez de euros, fuga de depósitos y 'corralitos'.

La pregunta fue concreta: "¿Qué moneda tendremos los que vivimos en Cataluña?". La formuló una de las personas invitadas a participar en el programa 'El Objetivo'. Y Junqueras respondió: "La moneda será el euro porque el ámbito de circulación monetaria es el ámbito del euro. De hecho, hay países que están dentro de la Unión Europea (UE) que no tienen el euro como moneda y hay otros que están fuera que sí que lo tienen. Nosotros, que sí que estaremos dentro, evidentemente mantendremos el ámbito monetario".

La contestación de Junqueras, que manifiesta la postura oficial del Govern de Carles Puigdemont y que ya estaba recogida en el 'Libro blanco sobre la Transición Nacional de Cataluña', se viene abajo en una de sus premisas fundamentales, la que establece que Cataluña seguirá dentro de la UE. Bruselas ya ha advertido de que una Cataluña independiente quedaría fuera de la UE por romper la legalidad vigente. El presidente del Parlamento Europeo, Antonio Tajani, lo recordó la semana pasada en una carta remitida a la eurodiputada española Beatriz Becerra. Y ser miembro de la UE es una condición indispensable para formar parte del euro. O lo que es lo mismo, para pertenecer con pleno derecho al club del euro primero hay que ser socio de la UE, con lo que una declaración unilateral de independencia dejaría a Cataluña fuera de la UE y del euro al mismo tiempo, unas consecuencias que, pese a los avisos, las autoridades catalanas se resisten a admitir y que son las que viene exponiendo el Gobierno de Mariano Rajoy.

LAS OTRAS VÍAS: ENTRE ANDORRA Y KOSOVO

Sin esa premisa -"nosotros, sí estaremos dentro"- a su favor, Junqueras y el Govern sí están en lo cierto cuando aluden a que hay territorios en los que se usa el euro sin ser de la UE. Del mismo modo que hay países que adoptan el dólar estadounidense como moneda oficial, y por tanto 'dolarizan' su economía, el euro puede ser utilizado como divisa fuera de la Eurozona, en cuyo caso se 'euriza' su economía. Un informe del Banco Central Europeo (BCE) de 2012 definía la 'eurización' o 'dolarización' como "una situación en la que una cuota significativa de los activos y los pasivos de los residentes están denominados en una divisa extranjera de la que no tiene estado legal de emisión". Es decir, en la que el euro es la base de la actividad económica y financiera del país.

Aunque desde el Govern se insiste en que, pese a los mensajes de Bruselas, seguirán dentro de la UE y del euro, tampoco dudan de que en caso contrario continuarán usando el euro. De ahí el matiz mencionado por Junqueras, también reflejado en el 'Libro Blanco', de que pase lo que pase los catalanes seguirán cobrando, pagando y viviendo en euros.

El Govern pretende un acuerdo monetario como el de Andorra o San Marino, pero mejorado, que garantice el acceso de los bancos catalanes al BCE o la elegibilidad de la deuda catalana como colateral. Sin un pacto así, el euro sería una 'celda' para Cataluña

Actualmente, hay seis territorios que manejan el euro como moneda aunque no pertenecen a la UE ni a la Eurozona. Se dividen en dos bloques. Por un lado, los que por su tamaño e integración geográfica y comercial usaban otras monedas nacionales antes y luego suscribieron un acuerdo monetario con la UE para pasar a utilizar el euro, como es el caso de San Marino, Mónaco, Ciudad del Vaticano y Andorra. Y por otro, los que adoptaron el euro como moneda de manera unilateral, como hicieron Montenegro y Kosovo.

Pero ambas alternativas tienen sus complicaciones para las aspiraciones de Cataluña. Fuentes consultadas por 'Bolsamanía' recuerdan que los acuerdos suscritos con San Marino, Mónaco, Ciudad del Vaticano y Andorra tienen su origen en que estos países o bien usaban antes las monedas nacionales de España, Francia e Italia o tenían acuerdos con estos países, y luego, ya con el euro en vigor, suscribieron oficialmente acuerdos monetarios con Europa para adaptarse a la nueva situación monetaria.

En este sentido, matizan que esos acuerdos son "difícilmente" adaptables a una hipotética Cataluña independiente por tres motivos principales. El primero, que los acuerdos actuales con esos territorios ya tenían precedentes y responden a las propias características geográficas y económicas de esos enclaves. El segundo, el modo en que el Govern catalán está llevando el proceso. Al saltarse la legalidad española, Bruselas no aceptaría negociar un acuerdo de esas características con Barcelona. Y el tercero, que el volumen de la economía catalana, con un Producto Interior Bruto (PIB) de 223.629 millones de euros en 2016, marca una clara diferencia con respecto a la realidad económica de esos países o ciudades estado.

Sin embargo, Cataluña todavía puede aferrarse a que estos acuerdos tampoco son imprescindibles. Siempre queda el otro camino, el seguido por Kosovo o Montenegro y usar el euro como moneda de manera unilateral. Pero, de nuevo, emergen las sombras. La primera, el tamaño. En 2016, el PIB de Kosovo se limitó a 6.650 millones de dólares -unos 5.540 millones de euros, al cambio actual- y el de Montenegro, a 4.173 millones de dólares -unos 3.500 millones de euros-. Es decir, la realidad de Kosovo o Montenegro no tiene nada que ver con la de una economía, la catalana, que multiplica su volumen por 40 y 64 veces, respectivamente. Las entidades financieras y el tejido industrial catalán tendrán unas necesidades de financiación en euros muy superiores a las de Kosovo o Montenegro, y no tendrán su acceso garantizado porque quedarán fuera de los circuitos oficiales de financiación en euros, vinculados fundamentalmente al BCE, y más después de que el estallido de la crisis haya deprimido la actividad en otros mercados como el interbancario.

"Los sistemas 'dolarizados' muestran a una mayor inestabilidad financiera, son más proclives a sufrir crisis bancarias, súbitas interrupciones en los flujos de capitales y una mayor volatilidad en los depósitos", recogía el BCE en un informe de 2012. Y a los mismos riesgos se exponen los sistemas 'eurizados', como al que Cataluña aspira

Y la segunda, más clave si se piensa en el largo plazo, reside en que las autoridades monetarias europeas no son partidarias de la adopción unilateral del euro como moneda. Aceptan que la condición del euro como divisa de referencia internacional puede provocar que algún país lo asuma como divisa -es decir, ejecute la 'eurización' de su economía- para estabilizar su situación en condiciones extraordinarias, pero no lo auspician. Lo que defienden es que todo país que aspire a usar el euro sea, en primer lugar, miembro de la UE y que a partir de ahí se someta al mismo proceso de acceso que los países que ya forman parte de la Eurozona -principio de igualdad de trato-, que cumpla los criterios de convergencia, que pase por la fase de adaptación que supone el Mecanismo de Tipos de Cambio II para ir anclando su divisa al euro y que armonice su legalidad a la que implica la 'moneda única', sobre todo en lo que concierne a la independencia de los bancos centrales.

Es más, en un discurso pronunciado en 2008, Jürgen Stark, entonces miembro del Comité Ejecutivo del BCE y economista jefe de la entidad, ya advirtió de que la adopción unilateral de la 'moneda única' no servirá como "atajo" para entrar en el euro, con lo que ningún país podrá esgrimir como argumento que 'euriza' su economía como puente para acortar una futura incorporación plena en la Eurozona.

SOMETIMIENTO TOTAL

Y aún hay más. La dificultad de mantener el euro como divisa va mucho más allá de la vía elegida, trasciende la opción de ser como Andorra o Kosovo, de nuevo porque las necesidades de Cataluña, por su volumen, no tienen nada que ver con las de esos territorios. Usar la moneda de otro es lo que tiene, que implica acatar sus reglas, sean las que sean. Desde un punto de vista monetario, sus manos estarán atadas. Será totalmente dependiente de lo que diga y haga una institución, el BCE, cuyo interlocutor es España y no Cataluña.

Es decir, manejar el euro ya no sólo implicaría una cesión monetaria como la que España realizó en su momento para entrar en la Unión Económica y Monetaria (UEM), basada en entregar el control de los tipos de interés y el tipo de cambio, sino que sería un sometimiento total. Estará completamente a merced de las decisiones de las autoridades del euro, con un matiz diferencial clave con respecto a la situación actual: Cataluña forma parte de España y al formar parte de España, está en el euro con pleno derecho, una condición que perderá fuera de España en el proceso actual.

España es la cuarta economía de la Eurozona -mantendría esa cuarta posición sin Cataluña- y tiene 'silla' en el Consejo de Gobierno BCE, con lo que su situación es tenida en cuenta en las decisiones que adopta el BCE, con lo que tiene voz y voto en lo que se decide en Fráncfort y con lo que los bancos españoles -y, por tanto, los catalanes- tienen acceso a la ventanilla de financiación del BCE, algo determinante para su estabilidad en los buenos tiempos y, sobre todo, en los malos. Además, la deuda pública española figura entre los activos elegibles por el BCE como colateral.

Fuera de España -y, por tanto, de la UE y, por tanto, de la Eurozona-, Cataluña no tendría voz ni voto, su situación económica no sería considerada por la institución en la gestión de la política monetaria, los bancos con sede en Cataluña dejarían de tener acceso a la financiación del BCE y la deuda catalana no sería un activo elegible. También quedaría fuera del sistema de pagos interbancarios TARGET2 y de la zona de pagos única (SEPA), claves para la actividad financiera y comercial.

Las propias autoridades catalanas reconocían estos inconvenientes en el 'Libro Blanco'. Pero siguen confiando en que los subsanarán en el acuerdo monetario que sellen con Europa, que además mejorará los de los pactos ya vigentes, que no contemplan, por ejemplo, que la deuda de esos territorios sea aceptada como colateral por el BCE.

Jürgen Stark, entonces miembro del BCE, lo exponía con claridad en 2008: "La 'eurización' unilateral no es la panacea. Sus beneficios son inciertos, mientras que los costes son reales y los riesgos serios"

En la práctica, esta realidad contiene riesgos considerables. Aunque se pueden resumir en uno básico, como es el de quedarse sin euros porque Cataluña no los podrá imprimir -ni estará conectado a la financiación del emisor- y no tendrá asegurado el acceso a todos los que pueda necesitar. Este escenario podría concretarse en que los bancos sufran crisis de liquidez, en que las autoridades tengan que adoptar controles de capitales -'corralitos'- para manejar el volumen de euros existente o para contener las potenciales fugas de depósitos que la incertidumbre o los problemas de liquidez de los bancos pudieran desatar. O lo que es lo mismo, una situación similar a la sufrida en Grecia en el verano de 2015, con el agravante de que al menos las autoridades griegas tenían acceso a Bruselas y Fráncfort para negociar y de que sus bancos estuvieron conectadas a la liquidez de emergencia (ELA) del BCE, un recurso que no estaría al alcance de Cataluña.

Ante estos riesgos, los bancos, principalmente, y las empresas con sede social en Cataluña podrían mudar su domicilio para seguir estando dentro de la Eurozona y defender su acceso a la financiación en euros. De nuevo, las autoridades catalanas trazaban un plan alternativo para esta amenaza, consistente en que las entidades y las compañías mantuvieran su sede en Cataluña y usaran filiales o sucursales en un país de la Eurozona para financiarse. Sin embargo, estas decisiones competen a las propias sociedades, con lo que también constituyen un foco de incertidumbre.

Por tanto, mantener como moneda de uso una sobre la que no se tiene decisión ni influencia directa supone una considerable fuente de riesgos. "Una 'eurización' pronunciada implica la acumulación de riesgos para la estabilidad financiera", avisaba el BCE en ese mismo informe de 2012. Es más, citando estudios realizados a raíz de la 'dolarización' seguida por distintos países, enfatizaba que "los sistemas 'dolarizados' muestran a una mayor inestabilidad financiera, son más proclives a sufrir crisis bancarias, súbitas interrupciones en los flujos de capitales y una mayor volatilidad en los depósitos". Es decir, que vincularse a una divisa exterior contiene riesgos importantes.

"La 'eurización' unilateral no es la panacea", alertó también Jurgen Stark en 2008. "Sus beneficios son inciertos, mientras que los costes son reales y los riesgos serios", remató.

EL PEOR ESCENARIO

Si el precio de estas opciones se antoja demasiado caro, Cataluña siempre podría crear su propia moneda. Pero tampoco sería 'gratis'. Todo lo contrario. Este escenario sería el más impactante a corto plazo y el que desencadenaría una mayor fuga de depósitos y, por tanto, el que incrementaría el riesgo de sufrir 'corralitos'.

La amenaza de esta alternativa sería la incertidumbre absoluta que seguiría a la creación de una nueva moneda, y más en las circunstancias en las que se produciría, porque no es la alternativa preferida por las autoridades catalanas. Las dudas procederían del tipo de cambio al que se lanzaría, porque determinaría, por un lado, el valor de los activos y los pasivos que actualmente están denominados en euros y, por otro, el impacto en parámetros económicos fundamentales, como la inflación, las importaciones o las exportaciones. Todo ello, mientras levanta todo el 'andamiaje' institucional preciso para acuñar la moneda y respaldarla con un Tesoro y un banco central para financiarse mediante la emisión de deuda y gestionar la política monetaria, respectivamente.

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