mario guindos
Ilustración: Irakli Tavberidze

Luis de Guindos es el hombre y el nombre del momento en la vida económica española. E incluso europea, con permiso de las supuestas andanzas del gobernador del Banco Central de Letonia, Ilmars Rimsevics. Pero yo, con todo este ajetreo, me acuerdo de quien será el 'jefe' de Guindos desde junio y durante casi año y medio, del presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi.

Me acuerdo de que el 3 de noviembre de 2011, apenas dos días después de suceder al francés Jean-Claude Trichet al frente del BCE, rebajó los tipos de interés por sorpresa y sin importarle el qué dirán.

Me acuerdo de que apenas un mes después anunció la convocatoria de dos inyecciones de financiación bancaria a muy largo plazo -conocidas por las siglas LTRO- para saciar la sed de liquidez de los bancos europeos, en especial de los que estaban más secos, entre los que se contaban los españoles.

Me acuerdo de que el 26 de julio de 2012, con España contra las cuerdas pese a haber pedido ya el rescate bancario, con la prima de riesgo española en los 650 puntos básicos y con el futuro de la 'moneda única' en entredicho, Draghi, en primera persona, en Londres, se comprometió como nunca antes lo había hecho nadie con la divisa europea al anunciar que estaba dispuesto a "hacer todo lo que sea necesario para salvar al euro". Y me acuerdo del "Créanme, será suficiente" con el que remató aquellas 23 palabras para la historia.

Me acuerdo de que el 6 de septiembre de 2012 reforzó ese compromiso con el truco más brillante de sus trucos, una propuesta consistente en comprar deuda de los países en problemas siempre que antes pidieran el rescate. Conocida por sus siglas OMT, nunca ha sido usada. Ni falta que le hizo, puesto que su mera existencia actuó como dique para contener las presiones que los países más vulnerables del euro seguían sintiendo.

El Eurogrupo, España y Luis de Guindos tienen lo que querían. Draghi no. Pero, claro, es que él no es un 'pragmático'. Ni hace milagros económicos. Él sólo es 'SuperMario'. Un fontanero

Me acuerdo de que en julio de 2013 volvió a romper las convenciones del BCE para introducir una orientación de expectativas -'forward guidance'- sobre los tipos para hacer más transparentes y predecibles sus intenciones. Y de que en 2014 lo hiciera de nuevo al situar los intereses de la facilidad de depósito bajo el 0% por primera vez y al volver a ofrecer otras rondas de financiación bancaria a muy largo plazo para tratar de revivir el crédito en la Eurozona.

Me acuerdo de que en enero de 2015, y por encima de cualquier presión y desafiando de nuevo los límites del mandato del BCE, anunció que la entidad iba a empezar en marzo a comprar deuda pública ya existente en el mercado, un programa agrupado bajo las siglas APP y con el que, desde entonces, ha bombeado 2,3 billones de euros mediante la compra de esa deuda, y también cédulas hipotecarias, y titulizaciones, y deuda corporativa. Y me acuerdo de lo bien que estas compras le han venido a los países y las empresas europeas para financiarse más barato.

Me acuerdo de que en marzo de 2016 estrujó aún más los tipos y situó los oficiales en el 0% y los de la facilidad de depósito en el -0,40%.

Y me acuerdo de lo bien que les ha venido a muchos países europeos, con España en un lugar destacado, que estas medidas enfriaran al euro de los 1,40 dólares de mayo de 2014 a los 1,05 dólares de comienzos de 2017.

Y, sobre todo, en especial, me acuerdo de las decenas y decenas de ocasiones en las que Draghi ha pedido 'ayuda' a los gobiernos de la Eurozona. De todas las veces que ha admitido que él solo no puede, que la política monetaria no es todopoderosa para fabricar una recuperación sólida. Como en aquella ocasión en Sintra, en mayo de 2015, cuando elevó su voz de manera especial para reivindicar una vez más las tan esperadas reformas estructurales que los gobiernos parecían dispuestos a acometer y que tanto se demoraban, conscientes como eran de que eso les enfrentaría a su electorado y que se estaba mejor a la sombra del BCE y de alguien tan activo como Draghi. Él se encargaría de todo, pensaban. Y el caso es que pensaban bien, porque Draghi no se ha dejado nada dentro, e incluso puede que hasta haya hecho demasiado, trascendiendo lo monetario para adentrarse incluso en lo fiscal, lo económico y lo político, para paliar lo que otros no hacían. Sí, algunos países, entre los que se encuentra España, han hecho algunas reformas, pero no tanto por voluntad propia como por las condiciones aparejadas a los rescates parciales o totales que han recibido.

Y ahora, tras más de seis años en el BCE adoptando decisiones sin precedentes, desempeñando un papel determinante para que aún hoy sigamos pagando en euros, se encuentra con que esos políticos que se han puesto a su sombra, que se han expuesto lo justo -o incluso menos-, reunidos en el Eurogrupo, se lo 'premian' dando su apoyo a uno de los 'suyos', a un ministro de Economía aún en activo, para ser el próximo vicepresidente del BCE.

Todos tienen lo que querían. El Eurogrupo, España y Luis de Guindos. Bueno, casi todos. Porque Draghi tiene lo que no quería, alguien que da el salto directo del Eurogrupo al BCE. Porque él no quería esto. No lo quería. Pero, claro, es que Draghi no es un 'pragmático'. Ni hace milagros económicos. Eso lo hacen otros. Él sólo es SuperMario. Un fontanero de las cosas monetarias.

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