• Merkel ha elevado la presión esta semana con su queja de que el euro está "demasiado débil"
  • Draghi cada vez tiene más difícil mantener sin cambios la política monetaria vigente
angela merkel dedo
La canciller alemana, Angela Merkel.

Lo poco gusta. Pero lo mucho cansa. Y los halcones alemanes sienten que ya han sido demasiado condescendientes con la 'alegre' política monetaria del Banco Central Europeo (BCE) bajo la batuta de Mario Draghi. Por eso están elevando su presión para que empiece a normalizarla. Porque temen que el motor económico germano se pase de revoluciones. Y porque las elecciones generales aguardan en septiembre.

En concreto, los comicios tendrán lugar el 24 de septiembre. Salvo sorpresa, Angela Merkel repetirá triunfo. Ahora bien, prefiere no confiarse. Y pretende tenerlo todo atado y bien atado. Tal vez por eso esta semana ha querido marcar terreno. Y no uno cualquiera. Ha aludido a uno muy concreto, el de la debilidad del euro, sin dudar en señalar el culpable de que a su juicio la divisa europea esté débil: la política monetaria del BCE.

Y claro, eso son palabras mayores. Porque una cosa es que sea el presidente del Bundesbank -banco central alemán-, Jens Weidmann, o el ministro de Finanzas germano, Wolfgang Schäuble, el que muestre sus diferencias con la entidad capitaneada por Draghi, y otra muy diferente es que quien eleve su tono sea 'la que manda'. No es que las voces de Weidmann o Schäuble no sean influyentes -lo son, y mucho-, pero Draghi las ha sabido capear, domar o arrinconar desde que tomó posesión del cargo en noviembre de 2011. Con Merkel el asunto cambia. Ella -y solo ella- es 'la voz' en la Eurozona.

No es lo que dijo -el euro está "demasiado débil"-. Sobre todo es quién lo dijo. No fue Weidmann. O Schäuble. Fue Merkel. En primera persona. Y eso, incluso para Draghi, son palabras mayores.

Por eso, cuando el lunes, en la visita a un colegio de Berlín, denunció ante unos estudiantes de secundaria que "el euro está demasiado débil" y que era culpa de la actual política monetaria del BCE, lo que hizo fue lanzar un auténtico proyectil a la línea de flotación de la estrategia de Draghi, además de hacer un guiño a Donald Trump, que en enero acusó a Alemania de aprovecharse de un euro "extremadamente barato". Ya no son los 'sospechosos habituales' -Weidmann y Schäuble- los que se quejan. Ahora es Merkel en primera persona, con lo que la presión de Berlín sobre Fráncfort, que es donde el BCE tiene su cuartel general, se multiplica. "Lo que en realidad importa es que estas declaraciones son el último caso de desacuerdo frente a la política del BCE y, esta vez, por parte del líder más importante de la Unión Europea", certifican desde Monex Europe.

Con el aditivo de que, además, lo hizo aludiendo a un tema que hilvana con uno de los temas que definen la tradicional ortodoxia alemana -contar con una moneda fuerte- y que escapa, además, a la jurisdicción propia de los banqueros centrales, puesto que, al menos oficialmente, prefieren no referirse a las cuestiones cambiarias. "Aunque Weidmann es franco en sus declaraciones, evita hacer referencias directa sobre el valor del euro, algo que la canciller Merkel eligió hacer el lunes", constatan los expertos de Rabobank. Como muestra de la influencia de sus palabras, el euro ha llegado a apreciarse en las horas posteriores hasta los 1,126 dólares, su cambio más alto contra el 'billete verde' en medio año. Aún lejos, eso sí, de los 1,34 dólares a los que debería cambiarse para alcanzar el 'precio justo' que, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), debería registrar contra el dólar.

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Este martes, el mensaje de Merkel se vio reforzado por una estadística. Según el Instituto IFO, la confianza de los empresarios alemanes está más alta que nunca. "El estado de ánimo entre los empresarios alemanes fue eufórico en mayo", proclamó el presidente del IFO, Clemens Fuest. ¿Y qué tiene eso de malo? Nada... salvo que incrementa la sospecha de que el motor económico germano acabe pasándose de revoluciones.

Porque esa confianza no viaja sola. Otras estadísticas la secundan. La inflación, auténtico anatema en Alemania, se encuentra en el 2%, con lo que está de vuelta a los niveles de 2012. El crecimiento se aceleró entre enero y marzo hasta el 0,6% con respecto al trimestre anterior, el ritmo más alto desde el arranque de 2016. El paro se encuentra en mínimos históricos, con una tasa de desempleo del 5,8%, con lo que también se temen efectos de segunda vuelta en los salarios que incrementen las presiones inflacionistas -ya se están registrando subidas en los costes laborales-. Y el superávit comercial, con ese euro que Merkel encuentra "demasiado débil", sigue engordando a golpe de exportaciones -marcó un nuevo récord anual en 2016 por encima de los 250.000 millones de euros- para nutrir a su vez un colosal superávit por cuenta corriente, superior a los 280.000 millones o más de un 8% del Producto Interior Bruto (PIB) germano, una proporción a la que ni siquiera se acerca ninguna de las restantes potencias económicas mundiales.

Y claro, una economía con riesgos de sobrecalentamiento, alentados por un BCE que no atiende a razones, no es la mejor carta de presentación de Merkel ante los alemanes para ser reelegida. Otorga un flanco de debilidad y vulnerabilidad que puede ser explotado por sus rivales. De ahí el 'recado' de la canciller, que, con el objetivo de dejar claro que no ha perdido nada de fuerza, refresca así la defensa de una moneda fuerte y reactiva el debate sobre la conveniencia de que Draghi regrese ya sobre sus pasos.

MÁS PRONTO QUE TARDE

Sin salir de Alemania, los expertos de Deutsche Bank creen que la 'operación retorno' del BCE comenzará en breve, antes de los comicios alemanes. Pero sin locuras; de manera escalonada. Primero, en la reunión de política monetaria del 8 de junio, esperan que la institución modifique su hoja de ruta sobre los tipos y elimine el comentario de que los intereses oficiales, situados en el 0% desde marzo de 2016, aún pueden bajar a "niveles más bajos". Segundo, en septiembre, cuando Draghi anticipará una reducción progresiva de su programa de compra de deuda (APP, por sus siglas en inglés), vigente todavía con un volumen de compras de 60.000 millones mensuales. Y tercero en diciembre, con una subida de los tipos de la facilidad de depósito, anclados en el -0,40% desde marzo de 2016, para elevarlos al -0,25% o -0,20%.

Por el momento, lo único cierto es que Draghi, que este miércoles visita Madrid, ha seguido defendiendo la necesidad de mantener los estímulos para consolidar la recuperación. Y que esta política continúa cebando el balance del BCE, cuya cartera de deuda no deja de crecer como consecuencia de sus compras de títulos soberanos, corporativos, hiptecarios y crediticios. Ese balance alcanza ya los 4,18 billones de euros, casi 3 billones más que antes de la crisis.

Desde la perspectiva alemana, ya es más que suficiente. Con toda seguridad, en su cita de junio el BCE elevará sus previsiones de crecimiento y de inflación para 2017 -en marzo las situó, respectivamente, en el 1,8% y el 1,7%-, con lo que cada vez le será más complicado defender que los tipos oficiales deben seguir en el 0% o por debajo, que los de depósito tienen que permanecer en el -0,40% y que la Eurozona necesita que su banco central destine cada mes 60.000 millones de euros a comprar activos. Pero, por si acaso, Alemania se lo va a recordar. Cada vez con más frecuencia. Las elecciones se acercan. Y Merkel ha dado el pistoletazo de salida.

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