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La consulta soberanista de este 1 de octubre se ha convertido en un cóctel explosivo de desobediencia institucional a las leyes, fractura del Estado derecho y de la convivencia social. Pero más allá de consideraciones políticas las consecuencias económicas y financieras que va a tener el proceso serán 100% objetivas y faltas de sentimiento.

La agencia S&P ha sido la primera en opinar. La prevista mejora del rating de España (de BBB+ a A-) no ha llegado, ni se le espera. “Las tensiones entre el gobierno central y el gobierno regional de Cataluña podrían, si no se controlan, empezarán a pesar sobre la confianza y la inversión de las empresas y podrían debilitar las perspectivas de crecimiento de España”. Por supuesto, su definición de España incluye a Cataluña. La crisis desatada en la segunda mayor economía autonómica del Estado afecta de forma directa al resto de territorios.

Como descripción de la situación, la visión de los analistas de S&P el pasado viernes parece premonitoria. No solo no ha disminuido la tensión, sino que ha ido a más a más. Porque lo acontecido estos días en Cataluña se ha convertido en lo más parecido a un manual para la llamada a los malos espíritus de los mercados. Miedo a la inseguridad jurídica a la inestabilidad política y social generada por el desafío independentista. El PDCat, ERC y la CUP se han encontrado con la torpe reacción del Gobierno de Mariano Rajoy en forma de actuación policial y negación de la realidad: no ha habido referéndum, solo un paripé.

Los grandes inversores internacionales -esos que financian la deuda emitida por la Administración para pagar inversiones públicas o lo salarios de funcionarios y los propios políticos- o las empresas extranjeras que crean miles de empleos (Volkswagen, Nissan o las farmacéuticas, entre otras) parece que andan estupefactos con la crisis sin precedentes que afronta Cataluña y España a partir de este lunes.

La incertidumbre jurídica que despierta un movimiento político del calado de una declaración unilateral de independencia -Puigdemont dixit- pronto se transformará el miedo económico. Dicen que no hay nada más miedoso que el dinero cobarde en esencia y en constante búsqueda de la seguridad y la confianza. La política de cero riesgo de los inversores profesionales puede desatar lo que ya hemos vivido en incontables ocasiones en los mercados.

CUANDO LLEGA LO IMPENSABLE

El último gran shock financiero se produjo el 24 de junio del año pasado cuando los británicos pese a lo ajustado de las encuestas votaron por su salida de la Unión Europea. La caída masiva en las bolsas al día siguiente fue un hecho objetivo y aunque los mercados recuperaron terreno con el paso de las semanas la cicatriz sigue ahí. Por cierto, no atraviesa un buen momento Reino Unido, que en su independencia y huída hacia un camino nebulosa en solitario atraviesa una crisis existencial, estancamiento económico y una incapacidad para construir con garantías el proceso del brexit. Muchos se replantean allí aquella decisión y la posibilidad de dar marcha atrás.

Aquel 24 de junio de 2016 el Ibex 35 sufrió el mayor crash bursátil de su historia con una caída del 12%. La exposición de las empresas españolas a la economía británica provocó el pánico financiero que se puede repetir en Cataluña con la resaca del 1 de octubre. La deuda soberana en España supera con creces el billón de euros y alcanza el 100% del PIB español, cuatro veces el tamaño de la economía catalana. La vulnerabilidad a una pérdida de confianza es un riesgo que está a la vuelta de la esquina, pese al omnipresente Banco Central Europeo (BCE).

Solo hace falta una chispa para encender el peor de los escenarios para la percepción del inversor con España. Y el movimiento soberanista catalán que encabezan Carles Puigdemont, Oriol Junqueras y Anna Gabriel se han encargado de hacerlo. El Govern ha proclamado su victoria en un referéndum sin opción, sin contrario y amañado desde su concepción. No hay garantías de recuento, amenaza huelga general y declaración de independencia. Solo una guerra de cifras de participación que sólo contribuirá a echar más gasolina al fuego.

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