El final de las superproducciones descerebradas encuentra en “Kong: La isla calavera” otra abanderada

“El mundo esta cambiando… Lo siento en el agua, lo siento en la tierra, lo huelo en el aire…” Efectivamente, seguro que muchos habéis reconocido estas palabras que tan al pelo nos vienen. Con ellas daba comienzo la trilogía de El Señor de los Anillos, el paradigma de las grandes producciones de enorme calidad.

En estos tiempos en los que los grandes estudios parecen haber decidido que el gran público es estúpido, los espectadores han decidido levantarse en armas. Siempre recordaremos el año 2016 como los doce meses en los que decenas de superproducciones debían reventar las taquillas, pero que íbamos saltando de fracaso en fracaso. Parece que una semilla empezó a crecer dentro de los cinéfilos. Era el momento de decir basta. Así, a base de desastres, parece que gran parte de la industria ha comprendido que no vamos a consumir su comida basura.

Estos días nos están dejando buenos ejemplos de que algo ha cambiado. Mientras Logan ofrecía un cine de superhéroes radicalmente distinto, Kong: La isla calavera hacía lo propio con uno de los personajes más emblemáticos del cine. La película apuesta por un gamberrismo poco usual, ofreciéndonos un auténtico ejercicio de entretenimiento de calidad que resulta más que bienvenido. Todavía nos encontraremos producciones que siguen creyendo que nos vale cualquier cosa si hay explosiones y ruido, pero los grandes estudios ya han comenzado a captar el mensaje.