¿Ha estado a la altura de las expectativas el estreno de “Las chicas del cable”?

Era la primera serie de producción nacional para Netflix. Desde que se anunció el comienzo de su rodaje,  se convertía en uno de los proyectos más esperados por el público español. La compañía responsable de House of Cards, Narcos o Stranger Things se la jugaba con un producto para el público español y, a la vista de los antecedentes, la expectación estaba más que justificada.

Cada paso en la producción apuntaba a que en Netflix no se andaban con chiquitas. Un reparto formado por Blanca Suárez, Maggie Civantos, Ana Fernández, Nadia de Santiago, Ana Polvorosa, Yon González, Borja Luna y Concha Velasco era la guinda para una producción más que ambiciosa. Parecía ser el proyecto que diese el empujón definitivo a una edad de oro de las series de televisión que se resiste a llegar a España, pero nada más lejos de la realidad.

Madrid, año 1928. Las operadoras de la recién nacida Telefónica viven sus romances y envidias dentro de una empresa moderna, reflejo del cambio social de la época. Lidia, Marga, Ángeles y Carlota comienzan a trabajar como telefonistas en el edificio más moderno de toda la ciudad. Para ellas empieza la lucha por una independencia que tanto su entorno como la sociedad de entonces les niega. Su amistad será clave para conseguir sus sueños y juntas irán descubriendo lo que significa la verdadera libertad.

Sin ser ningún desastre, la aportación de Las chicas del cable no va más allá del de series correctas como Velvet o Gran Hotel, quedándose incluso detrás de esta última. Cierto es que la trama atrae y que su factura es poderosa, pero la ficción se mueve en una zona de confort lejana a cualquier riesgo y asentada en lugares comunes. Así, Las chicas del cable funciona, pero poco más. Tendremos que seguir esperando a los valientes que continúen lo que inició El Ministerio del Tiempo.