Crítica: “St. Vincent”

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Nota: 6

Para hacer una película se necesita un buen guión, una equipo de profesionales entregados, una dirección óptima y un montaje acorde al tono. Con estos ingredientes lo normal es que salga algo bueno. Otras veces no es necesario nada de eso. No queremos decir que “St. Vincent” carezca de ello, pero todo resulta irrelevante cuando tienes el placer de encontrarte a un puñado de actores del calibre de los que componen este reparto. Naomi Watts, Melissa McCarthy, Terrence Howard o el jovencito Jaeden Lieberther son buena muestra de ello, pero hay algo más en “St. Vincet”. Estamos ante un filme protagonizado por ese señor de cara familiar que protagonizaba “Los Cazafantasmas” o “Atrapado en el tiempo”. El curioso tipo de “Lost in Translation”, “Flores Rotas” o “The Life Aquatic”. Efectivamente, el actor en cuestión es el inmenso Bill Murray. Que sirvan estas líneas como coartada para homenajear a uno de los actores más brillantes y carismáticos de las últimas décadas.

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Hablar de “St. Vincent” es hablar, irremediablemente de su sensacional protagonista. La historia es un amable vehículo para despertar la ternura de los espectadores. Es una canción de esas que hemos escuchado mil veces, pero que no deja de gustarnos Personajes simpáticos que lo están pasando mal caen en el mismo ecosistema: Un universo que gira alrededor de un alcoholico, malhumorado y grosero hombre llamado Vincent (Bill Murray)9. Es entonces cuando se genera la improbable situación que termina con el gruñon Vincent haciendo de canguro de un niño de once años. El caldo de cultivo resulta ideal para que irrumpa como un torbellino un antiheroe de lo más inesperado. Un Vincent que nos conquista en menos de cinco minutos.

No deja de darnos lástima el hecho de que “St. Vincent” no llegue a las cotas que podría haber alcanzado. Si la historia tuviese un poco más de la esencia de la vida de obras como “Pequeña Miss Sunshine”, estaríamos hablando de una de las películas del año. En lugar de eso, la apuesta del debutante director Theodore Melfi es la de ir a lo seguro. No corre más riesgos de los estrictamente necesarios. Consciente de que tiene un intérprete enorme sobre el que hacer pivotar el resto, su única preocupación parece ser la dirección de actores, lo que salva a “St. Vincent” de convertirse en una nueva “Tan lejos, tan fuerte”.

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¿Puede una sola mirada reflejar ira, fragilidad, ternura y desesperación? Bill Murray nos demuestra que si. De hecho lo hace sin la necesidad de recurrir a ningún músculo de su rostro o gesto de otro tipo. Bill es de los grandes y el papel de Vincet viene a demostrarlo una vez más. Si un actor es capaz de convertir un material irrelevante en una obra más que aceptable, no es por coincidencia. Dicho esto… ¿A qué esperais, directores del mundo? Corred a darle papeles a Bill Murray, porque de estos hay pocos.

Héctor Fernández Cachón

@HectorFCachontwitter3