Consideraciones sobre “Los Odiosos Ocho”

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Nota: 6,5

A veces, al cine le pasan cosas como Quentin Tarantino. La última década del pasado siglo alumbraba el nacimiento de uno de los creativos más interesantes de la historia del séptimo arte. Como si del epílogo a cien años de cine se tratase, el bueno de Quentin y su irreverente forma de hacer cine se plantaban en medio de una industria siempre ávida de talento.

El torbellino era de épicas proporciones. Diálogos audaces hasta niveles nunca vistos, violencia y diversión se mezclaban para formar un combinado embriagador. “Reservoir Dogs” suponía el primer golpe en la mesa de un director de vasta cultura cinematográfica. Ni quince minutos necesitábamos en aquel filme para conocer unas señas de identidad que se irían repitiendo con éxito durante las siguientes dos décadas. Así, siete películas después, llegaban “Los Odiosos Ocho”.

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¿Dónde está Tarantino? No me malinterpreten. El trabajo mostrado en su nueva cinta está a la altura de muy pocos directores. El problema surge cuando vas a ver una película del inefable director y te encuentras a “Los Odiosos Ocho”. Con un espíritu cercano a lo teatral y con el western como excusa, Tarantino une a un puñado de personajes de dudosa reputación en una pequeña mercería aislada por la nieve. Evidentemente, los hay más buenos y menos buenos. Casi sería más interesante decir que los hay más y menos empáticos. Todos son unos hijos de milmadres y llevan un revolver en el cinturón. Es como si los bisabuelos de los protagonistas de “Reservoir Dogs” hubiesen cruzado sus caminos en el helado paraje. El caldo de cultivo es el ideal para que el Tarantino despliegue un repertorio que, más allá de su exquisitez visual, parece guardarse para mejores ocasiones.

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El hecho de reproducir una situación idéntica a la mostrada en su primer gran trabajo resulta sintomático. “Los Odiosos Ocho” carecen de la frescura que siempre ha quedado patente en la filmografía del imprescindible director. A pesar del desbarajuste final y ciertas caídas de ritmo, “Django Desencadenado” era capaz de mantener el tono a base de una docena de secuencias gloriosas. Se podían discutir ciertas cuestiones, pero nadie podía negar la mano de Tarantino. Esto no ocurre con su último trabajo. Cualquiera de los diálogos del filme (y son muchos) parece encontrarse un escalón por debajo del nivel de mordacidad marca de la casa. Del mismo modo, el montaje se muestra menos cuidado y ágil de lo que cabría esperar en una pieza de tan selecta filmografía.

Hay Agatha Christie, hay glorioso suspense, hay esencia destilada de cine, pero hay menos Tarantino del deseado. Eso es lo que convierte a “Los Odiosos Ocho” en “una enorme película”, lo que no significa lo mismo que “una enorme película de Quentin Tarantino“.