Libertad de expresión es libertad de ofender

Juan Ramón Rallo

CapitalBolsa
Capitalbolsa | 08 mar, 2018 20:58
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El ser humano no es sólo un animal con capacidad para reflexionar, para imitar o para imaginar: también es un animal al que le gusta verbalizar y comunicar sus ideas con el propósito de persuadir a sus interlocutores, intercambiar información con ellos o, simplemente, expresarles sus emociones.

La expresión compleja y argumentada constituye un rasgo distintivamente humano que, además, es en gran medida responsable de nuestro progreso civilizatorio. Pero, a su vez, la transmisión de ideas también representa un foco potencial de conflictos entre seres humanos: un determinado conjunto de ideas —sobre todo, cuando no forma parte de nuestra identidad cultural— puede parecernos rechazable, criticable o incluso repugnante. Esto es, las ideas no sólo nos seducen, sino que también nos molestan: y en ocasiones nos molestan sobremanera.

Durante siglos, los individuos se han enfrentado, hasta el extremo de aniquilarse entre sí, por causa de las ideas. Las guerras religiosas eran, en última instancia, guerras sobre ideas: sobre concepciones heterogéneas —y contrapuestas— acerca de la trascendencia por las que muchos estaban dispuestos a morir y a matar. La forma que socialmente descubrimos para evitar enfrentarnos y agredirnos entre nosotros a causa de nuestras dispares ideas fue la tolerancia mutua: un programa ideológico que políticamente cristalizó en lo que hoy denominamos ‘liberalismo’ (“una tecnología para evitar la guerra civil”, tal como clarividentemente lo definió el filósofo Scott Alexander).

Pero, ¿qué es eso que aceptamos tolerar mutuamente para poder convivir en paz? Pues, evidentemente, aquellas ideas o expresiones ajenas que nos ofenden, no aquello que nos agrada y entusiasma. Toleramos cuando respetamos el disenso, no cuando nos recreamos en el consenso. Y somos más proclives a tolerar las ideas ajenas cuando los demás toleran las nuestras: si un grupo de personas ve sus ideas acalladas, pierde toda razón estratégica para tolerar las ideas ajenas. Cuando se instituye la censura sobre aquellas ideas ajenas que nos ofenden, la tendencia natural será a que otros individuos también reclamen la censura de aquellas otras ideas que les desagradan.

Cualquier sociedad pone continuamente a prueba la resistencia de sus pactos implícitos en torno a la libertad de expresión. A la postre, la tolerancia mutua es, en cierta medida, un equilibrio potencialmente muy frágil: cuando un grupo siente que sus ideas son suficientemente toleradas por los demás, no sólo puede limitarse a tolerar las ideas ajenas, sino que también puede caer en la tentación oportunista de intentar censurar marginalmente aquellas ideas o expresiones de otros que les ofenden. Ahora bien, abrir el melón de la censura puede terminar espoleando a otros grupos a reclamar exactamente lo mismo, dando al traste con la libertad de expresión general. Por eso, cuando tales ataques a la tolerancia mutua tienen lugar, es necesario denunciarlos y desarmarlos: puesto que resulta crucial reforzar el frágil equilibrio de la libertad de expresión sancionando intelectualmente cualquier desviación del mismo... Leer Más

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